viernes, 6 de febrero de 2015

El placer de envejecer



Cuando cumplí 30 años sentí una terrible nostalgia por dejar atrás y para siempre, los afamados TES y adentrarme de lleno y sin permiso, a los temidos e injustamente satanizados TAS... caí ordinariamente en el condicionamiento de que al entrar en la década que inicia con 3 comenzaba a envejecer, pues tan sólo 10 años adelante estaría afiliándome a los casi innombrables, en aquel tiempo, CUARENTAS. 
En un par de meses cumpliré 39 años. 
Si me preguntaran en qué época de mi vida -posterior a la niñez- me he sentido mejor con la persona que habita en mí, respondería que en la que abraza desde los 35 años de edad hasta los que a la fecha tengo. Gocé mi adolescencia, pero de la mano de ella lloré y sufrí, padecí de incomprensión y de granitos en la cara, mientras vivía sujeta a la manutención de mis papás y debía entregar buenos dígitos en la boleta del colegio. Disfruté los veintes de inicio a fin y los tendré siempre guardados en mi memoria como especiales, por todo lo que me dieron: grandes amigos, una carrera, desafiantes trabajos, ingresos propios, fogueo social, independencia, energía, viajes, amores y desamores… pero también un camino por andar, obstáculos que resolver y una necesidad de conciencia que los años vividos no podían haberme ofrecido. Llegaron los treinta años y sentí al inicio que nada había cambiado mucho en relación a los predecesores, pero conforme pasaron algunas primaveras, noté cómo el peso de las cosas se distribuía de forma distinta en mi escala de prioridades y con ello, se aligeró la carga de mi paso por la vida. No sé qué suceda en un año ni en dos, pero sé que, si todo va conforme al ritmo que hoy llevo, gozando más de mi existencia mientras ésta va acumulando años, entonces salgo ganando.
Para muestra, basta un botón: 
Mis amigos, hermano, primos, todos ellos hoy de treinta y tantos y cuarenta y tantos: madres, padres, casados, solteros, divorciados y hasta viudos, más guapos que nunca antes y con sed de ser y hacer – unos física y otros espiritualmente -  sin parar, buenos conversadores, exitosos ejecutivos, instructores de cursos, diseñadores, maratonistas, chefs, fotógrafos, empresarios, profesores, amas y amos de casa,  con hijos pequeños, adolescentes, mayores… siempre actualizados, graciosos, tímidos o extrovertidas, pero invariablemente presentes, partícipes del mundo y cómo éste gira con ellos, dando  lo que saben dar y buscando respuestas a lo que siempre se han preguntado, en el inevitable anhelo por nutrir, de la forma que sea, a su espíritu, por dar un paso más en su propio camino… todos ellos son un ícono claro de la dinámica juventud que permanece en sus vidas, adherida a un cuerpo sano de promediadas cuatro décadas que tal vez asome algún pliegue nuevo, que no es más que la firma indeleble de una mayor cordura y sensatez, de una estabilidad anímica hallada en el balance de sus experiencias y de una vida llena de sazón que ni el más completo y detallado libro de aventuras pudo haberles brindado en sus páginas. Benditos cuarenta, poseedores de lo mejor de dos mundos: vitalidad y lucidez.


Si me adentrara en materia de lo que nos espera después de los cuarenta, mis más vivos y cercanos ejemplos llenarían a todo lector, mujer u hombre, de una objetiva esperanza:
Esposo, primos, cuñados, concuños, amigos y colegas, gente que atraviesa la quinta década… llenos de luz y un añadido conocimiento de las cosas, personajes más templados y firmes, conscientes de lo que quieren y de lo que no. Sensatos en sus decisiones y mayormente serenos, pero igualmente activos, guapos, algunos deportistas, lectores… y todos, con seductoras personalidades que sólo los años vividos podrían haberles regalado.
Mi madre y sus amigas, mi padre, por citar ejemplos…  todos ellos ya entrados en la década 6… de manera distinta, pero son muestras claras de que los años pasan y la belleza no acaba sino que se transforma elegantemente, pues además de que la apariencia se hace firme, madura, respetable, la ligereza de los pasos al caminar, la percepción de las vicisitudes y la fácil solución a los problemas, el sentido del humor, la valoración del tiempo y el espacio entre tantos otros factores, toman matices inimaginables.
Mis adorados tíos, suegros, amigos… décadas 7 y 8 … lúcidos, pensantes, consejeros, maduros, graciosos, complacientes, energéticos, amorosos, independientes en lo que deben, fuertes, amantes de la vida, creyentes, aún románticos, cultos, leídos, divertidos, activos… sorprendentes. Así quiero ser en unos años más, cuando logre alcanzarlos.
A todos los que se sientan identificados con estas décadas y además tengan en su haber, personas a las que admiran como lo hago yo, felicidades.
Los que en realidad aman la vida son aquellos que están envejeciendo.
Sófocles.
Mi abrazo fuerte,

Mone

Marzo, 2013


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