sábado, 17 de junio de 2017

Me busco. Si me vio, avíseme.


Años ha que me perdí. No supe dónde, mucho menos cómo. Del cuándo ya mejor ni me pregunte. No recuerdo siquiera cómo vestía o qué corte de pelo tenía en ese momento, por lo que poco puedo aportar para mi pronto encuentro. Qué pena, porque en verdad me echo mucho de menos. Me hago falta y quisiera abrazarme de nuevo. 
Aguarde. Hay hechos que no olvido y que podrían, acaso, colaborar con mi pesquisa. Mire usted, yo recuerdo que quienes me querían -o no- lo hacían por quien era yo, palpablemente: por mis aciertos y por mis fallos (de esos que uno bien sabe que tiene), por mi personalidad real, no virtual, por mi forma de ver la vida, no por mi talla y porque quizá hacía reír, de vez en vez, con algún chiste actuado (cómo extraño aquello) con el que a veces tenía éxito y otras tantas, no.  Recuerdo, anote usted,  que no existían los memes, ni las selfies, ni los likes, ni los dislikes, ni los posts por si de algo sirve como referencia. Recuerdo que tenía, aunque pocos (comparados con los que hoy parece tener la gente), muy buenos amigos. Fui rara, lo sé, pues nunca pude decir “mi bestie” o "mejor amigo" porque no les puse rango, pues corría el riesgo de dejar a alguno excluido. Los tenía y ya. Los veía, los escuchaba, me escuchaban, intercambiaba experiencias, los abrazaba y también -la verdad-, les reñía. Era humana, de eso estoy segura. Nadie medía mi éxito o fracaso por la pericia con la que me desenvolvía entre la sociedad virtual, porque, créame, aquella ni existía. Quizá esto no le agrade, pero puede ayudarle en mi búsqueda: recuerdo que no tenía que cuidarme mucho en cuanto a qué decir o hacer, debido a que mis palabras no reflejaban malos pensamientos ni descalificaban a nadie. Vivía en algún sitio en el que queríamos porque sí o rechazábamos por algún acto en firme. Punto. Las personas teníamos, pura y llanamente, un color de piel, una preferencia, una talla determinada, una creencia -o falta de ella- y por tales características hacíamos uso de adjetivos, los normales, los distintivos, los que utilizamos para diferenciar cuando la sal es sal y el pan es pan, el blanco es blanco y el negro, negro. Así, sin más. No tengo registro de lo que políticamente correcto significaba siquiera.
Tengo presente que mi familia era prioridad y que estábamos juntos, sin reparar en ello como la gran virtud. Comíamos  todos y no teníamos mayor opción, que lidiar con nuestros caracteres, afinar nuestras diferencias, celebrar nuestros puntos comunes y salir, como cada día, triunfantes a la hora del postre. Recuerdo que tenía tíos y primos, así como amistades que poco recordaban mi cumpleaños y yo el de ellos, pero nada importaba pues el resto del año estábamos los unos para los otros.
Tome bien nota porque esto le puede acercar a mi encuentro: no tenía conocidos en Irlanda ni en Brasil. Los tenía en mi calle, en mi colegio, en mi entorno. Los veranos resultaban de intensa labor creativa, pues la única facilidad que se me proporcionaba, era la de no tener que acudir a mis estudios y la vitalicia membresía de un club deportivo familiar, carente de excentricidades. A partir de ahí todo corría por mi cuenta y la de mi imaginación, fortalecida en equipo con la de mis secuaces.
Necesito que haga algo para encontrarme pronto, señor. Hoy debo sentirme muy sola ahí, perdida en ese mundo extraño y fascinante a la vez, que atrapa y envuelve, pero paraliza y deforma. Debo estar mutando entre las redes, dilucidando cómo sortear mi empatía con el mundo y cómo entender el rechazo de quienes poco me conocen y me juzgan o el excesivo amor de quienes jamás me han visto pero me dicen “te adoro, amiga” a través de algún medio de ese mundo. Debo estar sofocada transitando entre barrios virtuales a los que han llamado Facebook, Instagram, Whatsapp, YouTube, Twitter, Snapchat, Linkedin, Pinterest y demás, buscando oxígeno, amigos reales, formas que tocar, historias que constatar, perros que acariciar, familia a la cual sentir, secretos que guardar, privacía que respetar, cultura que aprender, libros que gozar, cariño vivo, de ese que se cultiva y cosecha, no el que se desecha en instantes, frágil, pendiendo de un hilo, gracias a un mensaje recibido o la omisión del mismo. 
Con las señas que le he dado, si me vio, avíseme. Me urge estar conmigo. 

Un abrazo, por ahora navegante de esta metrópolis virtual, para mis amigos y familia.

Mone