sábado, 21 de marzo de 2020

TODOS BIEN, MUCHAS GRACIAS



Por razones obvias perdí la cuenta de mensajes -tanto recibidos, directamente, como leídos a través de los consabidos medios de comunicación social que hoy utilizamos mucho más que un “te quiero” verbalizado al prójimo- en relación al concepto más citado a nivel mundial en las últimas semanas (para qué mencionarlo si lo traemos como impreso en la piel) y que nos tiene a todos encerrados, “a piedra y lodo", en casa. 

Si bien existe, hoy por hoy, un sinnúmero de contenidos -escritos o hablados de forma estupenda por sus autores- profundos, reflexivos, positivos y esperanzadores, también es cierto que la recurrencia al uso de palabras como “desgracia”, “tragedia”, “pena”, “muerte” ,“horror”, “pesadilla”, “enfermedad", "riesgo", etc, es, por demás, evidente. Yo, perdónenme todos de antemano pues esto no alude a lo que sucede universalmente -que no tiene parangón- creo, al igual que muchos, que en todo esto hay más luz que oscuridad.



Cuando nuestros amados familiares y amigos preguntan, siempre con cariño pero, igualmente, con pena y preocupación si en casa estamos todos bien, he de responder con la verdad y nada más que con ella: estamos muy bien. No sé, incluso, si mejor que antes (tranquilos, no es por la pandemia, ni me mofo de ella. Ya lo explico enseguida).

Sí, claro, es que son afortunados, dirán algunos, porque estamos en un espacio un tanto amplio, en el campo (logramos salir de Madrid), con nulo hacinamiento, etc. Por supuesto que parte de ello nos hace estar así, gracias a Dios. Pero, queridos míos, juro que es más que por eso: estamos MUY BIEN porque pareciera de pronto como si los objetos que nos rodean, nuestras partes del cuerpo, la comida, el clima, el pájaro de la mañana, el roce del hombro con uno de los nuestros, un beso en la mejilla de mi hijo, el ladrar de mi perro, un cuaderno limpio (que no tenemos en esta casa y hoy sería oro molido) y, ante todo,  el inevitable y maravilloso silencio (ese que se produce de manera natural ante calles desiertas y nula actividad) se manifestaran para decir, uno a uno, “soy un regalo divino. Al fin me reconoces."  

Es así, amigos, familia: daba por sentado todo  (es natural, pensarán, pues todos lo hacemos) y no atendía a lo pequeño, que hoy, claro, se ha vuelto muy grande. Han cambiado las dimensiones de valor en mi percepción ¡¡Sorpresa!! 

Vaya paradoja: hoy mis piernas (que no pueden andar por las calles libremente), la sopa caliente que mi madre prepara (que no es la del restaurante), mi perro,  exento de portar virus alguno, la música -relajante- que escuchamos, la sobremesa prolongada en la que al fin no hay reloj, el olor de la tierra fresca cuando paseamos por la noche sin ser vistos en el pueblo, la luna y sus formas distintas, la textura de una tela, el agua corriente, la campanada de la iglesia y hasta la labor de los profesores en el colegio (rol que hoy adoptamos parcialmente) eran objeto puro de la cotidianidad sin mayor reparo en su grandeza. Hoy, claro, todo ello se ha convertido en una maravilla.  




Sí, podría seguir sin parar: desde el jabón en mis manos hasta las tareas de casa, desde el mantel con migas hasta la telaraña que se teje en una esquina del patio, desde el “buenos días” hasta el “a dormir” que resuenan por estas paredes cada día son, sin lugar a dudas, un homenaje de gratitud a Dios, con quien rapidito “pasaba lista” , agradeciendo al comer u orando, brevemente, al cerrar mis ojos. 

Así que… ¿cómo estamos? MUY BIEN. Ahora mejor que nunca porque, además de gozar de salud, tenemos tiempo para observar, oler, tocar, degustar, escuchar y escucharnos, y, por tanto, para brindar valor a aquello que lo había tenido siempre pero que solíamos subestimar.

¿Mi nueva oración, además de sanidad para el mundo entero? Permíteme Señor nunca más omitir, ignorar o pasar por alto todo esto en lo que hoy reparo, que nos das cada día y cuyo valor es inestimable. 

Hinco rodilla. AGRADEZCO.

Estamos bien, muy bien… muchas gracias.

Mi abrazo amoroso para la familia y amigos.

Mone