jueves, 5 de enero de 2017

Perdón mientras duermes


Esta mañana sentí unas vehementes ganas de hablar contigo. Es muy probable que no me puedas escuchar, no lo sé. El estado de coma que te mantiene anclado a esa cama en que te hemos tenido por años debe ser algo que, cuando despiertes, ni tú mismo sabrás describir. 
He venido -acaso para sofocar parte de esta pena que me acoge-  a pedirte el más sentido perdón. Mientras comienzo a intentarlo te observo, inmóvil, conectado a cientos de tubos, cables y aparatos. Apenas creo que sigas con vida. Me alegro, te admiro, me sorprendo de tu fuerza y de tus ganas de vivir. Escucho cómo exhalas y la vergüenza que me acoge crece. No sé cómo traerte de vuelta, de donde quiera que te encuentres, para que seas de nuevo tú: ese del que me siento orgullosa de verdad, aunque he aparentado lo contrario a través de mis acciones, inconsistentes del todo con el verdadero amor que te tengo. Perdóname mi México. Perdóname. 

Hoy me abate, como no imaginas, el haberme quejado una y otra y otra vez de ti, sin entender (o no querer hacerlo por conveniencia) que soy coautora de esas querellas y que tú has sido, pura y llanamente, la fuente, en su momento poderosa y mágica, a la que le hemos extraído todo lo que tenía para dar. 






Si estás enfermo es porque también yo lo he permitido. Tu salud está menguada, lógicamente, por el inmenso daño que tantos te hemos causado. Yo soy una más de tus muchos agresores. Lo acepto con profundo arrepentimiento. Yo contraté a nuestros gobernantes, decidí olvidar errores y dejarme llevar por quimeras, ni siquiera por desconocimiento, sino, peor aún, por flojera. No averigüé a fondo quiénes fueron todos esos que prometieron que te iban a cuidar y a sanar, ni procuré el nacimiento y la verdadera gestación de líderes. No, no hablo de ex-atletas, cantantes o actrices de telenovela. Perdóname si confundí, estúpidamente, los significados. Perdóname por subestimar el verdadero sentido común y por callar, por no querer pasar advertida, sino, simplemente, confundida entre la multitud, siguiendo a la corriente. Lo asumo todo: yo decidí corromper al policía y mentir a mi profesor, a mis padres, a mis hijos. Yo he optado por llegar tarde y crear fama de ello, por no respetar leyes básicas y por confundir astucia con inteligencia. Yo he elegido no ganar, sino solo competir y conformarme con eso. Yo he volcado mi ser en un equipo de fútbol o en un concierto musical, pero nunca en un nuevo científico mexicano que ha descubierto maravillas. Yo he marginado a los talentosos por prestar mis sentidos y mi ovación a una quinceañera de no sé dónde. Yo he gastado horas enteras en las redes sociales, no buscando tu cura, sino quejándome de tu enfermedad y, de paso, viendo quiénes me siguen. Perdóname por ególatra. Perdóname también por mi apatía, por mi desidia para hacer que las cosas sucedan. 

Yo he prometido mil veces sin cumplir y he jurado utilizando el nombre de Dios para luego evadirme. He pedido prestado sin pagar y he amenazado al débil, pero me he doblado ante el fuerte. Perdóname por coger valor solo en multitud pero nunca en individualidad. Discúlpame por esta cegadora soberbia, tan grande, tan abrumadora, que me hace señalar al vecino pero nunca al espejo. Perdóname por no regocijarme por el triunfo de mi compatriota y, peor aún, por no seguir parte de sus pasos con mi propio sello. Perdóname por buscar, en mis apellidos, vestigios de extranjera y por negar mi patria cuando la oportunidad lo ha permitido. 

Perdóname mil veces porque la creatividad que me has dado la he encauzado, de manera limitada, a crear mofas y veloces chascarrillos, pero nada más.
Perdóname porque no he sabido ver al mundo con amplitud de conciencia para imitar lo maravilloso de este y traerlo a ti. Perdóname porque en cambio solo he copiado las fatuas minucias de otros países, esas que deslumbran, pero dañan.  


Perdóname por cuanto he colaborado para construir una innoble fama de ti a lo largo de los años. Eres tanto y tienes tanta hermosura, que me duele el pecho al pensar que la he ensuciado con mi terquedad y mezquina actitud personalista. Digo luz y actúo en sombra, digo arriba y voy abajo. No he sido congruente. 

Hoy te veo, dormido, paralizado en esa cama, sin poder hablar ni parpadear para, por lo menos, defenderte. Estás en manos de quienes se jactan de ser médicos de tu mal y que no hacen otra cosa más que agravarte. Pero yo no te he defendido. Soy uno más. Formo parte de ellos con mi pasividad y condescendencia e, incluso, con mi escaso, quizá nulo bien hablar de ti por donde quiera que voy.

Me siento a los pies de tu lecho y veo tus maravillas naturales, tus pueblos mágicos, tus preciosas playas, tu folclor, tus tradiciones, tu esperanzadora sonrisa. Recuerdo tus vívidos colores, tu música, tu genuina alegría, huelo tus aromas y evoco el calor que das al que llega y el amor que dejas al que se despide de ti. Apenas creo que esa palidez que asoma tu territorio mientras estás inconsciente sea el actual tono de tu piel. 

Anhelo que tu salud regrese, quiero recuperarte y voy a poner mi humanidad para que eso suceda. Comenzaré por mí, diciendo poco y actuando mucho, enalteciendo tu nombre a mi paso y siendo una partícula sana de tu ser. Quiero hallar tu eterna cura y quiero juntarme con quienes deseen lo mismo para lograrlo juntos. 





Perdóname México. Hoy estoy lejos de ti, pero te honraré con mi actitud, seré quien mereces que sea y haré, en mi pequeño campo de acción, que el mundo que me conozca tenga una imagen tuya a partir de la que yo proyecte. Ojalá que también a partir de la de mi hermano y de mi amigo y de ese otro mexicano que hoy me lee y que sabe que todos somos uno. Que juntos podemos erradicar esas células enfermas, dejando de ser parte de ellas.

Te amo y te extraño, México lindo, pero has de volver en ti. Solo necesitas verdadera unidad en tus partículas. 

¿ Quién se apunta a levantar a México del coma ?


Mone