miércoles, 13 de diciembre de 2017

La moda que no debe estar de moda



Un sofá y diez minutos para mí, solo para mí. Un espacio de ocio y ociosidad, que no son lo mismo, para poco pensar o, por lo menos, escapar de insulsas preocupaciones (típico de algunas de nosotras, las mujeres). Hojeo  - o el verbo que se pueda atribuir a una revista virtual de dispositivo móvil - un artículo de moda: tendencias por aquí, tendencias por allá. Qué vestir y qué no portar ni por error o se corre el riesgo de que vuelva Torquemada y sancione semejante atrocidad. Cómo evitar el ridículo y cómo lograrlo con determinadas prendas o accesorios. Quién se ha puesto qué, a cuál le va mejor y quién ha cometido el yerro más terrible al repetir modelito para después hacer fila en la hoguera humana encendida por los reporteros y atizada por los lectores. 

Apeada de mi vehículo inerte, ese diván que me hace viajar, no en el tiempo nada más, sino en el espacio y en escenarios distintos con personas diversas, me dispuse a abrir el armario para corroborar lo que en principio imaginaba: oh Dios, mea culpa, soy hereje de lo “in” y rindo culto a lo “out”, de acuerdo a los Santos Libros de la Moda. 

Tan desdichada herejía me hizo pensar, infaliblemente, en el sinfín de pecados -adicionales al de mi guardarropa- que cometo, de acuerdo a lo que hoy parecen preceptos inviolables, si se aspira a una digna aceptación en la sociedad de “alta demanda”, lectora de aquello que me ha hecho pensar en todo esto. 

Bendito sea Dios (hereje de modas, dije) que no soy un personaje popular o una diva del cine o la TV pues estaría hoy, quizá, en el Campo 22 de Corea del Norte, suplicando por un trozo de papel y un bolígrafo para escribir mis confesiones. 

Yo, queridos lectores (acaso 3 o, con suerte 7, si incluyo a mi familia de Guadalajara), soy una mujer que pide - lo siento - la comida en buen estado que ha sobrado en mi mesa del restaurante (casi siempre de barrio, por cierto) para llevar a casa y degustar a la postre o bien, para otorgar a quien, verdaderamente, lo necesite y lo pida (cuidado, que puede haber ofensa). Sí, soy de esa calaña. Para incomodar un poco más, confieso que exijo por lo que pago - cortésmente, claro - y pido corrección en una cuenta errónea o en un plato mal servido. Además, para qué negarlo, no tengo reparo en hablar de frente con el padre de un niño que, a la vista, se está portando fatal y afecta a alguno de los míos. 
Lo sé: es inapropiado pero puede más que yo. Soy terrible y, ya entrada en ello, prefiero franquearme con vosotros, para que me juzguéis, libremente, o, en su defecto, sintáis que no sois los únicos en este mundo cometiendo atrocidades como las mías. Podríamos, incluso, conformar un gremio de infractores adscritos al pasado y a costumbres hoy calificadas de ordinarias, con tal de no sentir desolación. 

Adoro tutear al prójimo y parece que con ello atino, al fin, en cánones de la moda actual, pero no es así del todo: tuteo al joven, si ha lugar, pero nunca al de pelo cano cuya respetable piel ajada o lento caminar me lleva, de forma superior a mis fuerzas, a tratarle de usted. Saludo al llegar a un sitio por inercia, es cierto, o al tener franca proximidad con otro -por desconocido que sea- en un espacio reducido (como un ascensor). Menciono gracias varias veces al día y confieso que solicito por favor, aunque se sobreentienda el servicio que el otro ha de brindar. Respondo si me preguntan, acudo si me llaman, cumplo si acordé y llego a donde pacté un encuentro. Aviso si hago un cambio, llamo si debo cancelar y muestro que el otro, cuyo tiempo vale tanto o más que el mío, me importa. 



Para todos los jueces actuales de la moda, los reporteros de la misma, los fieles adeptos de ella y, sobre todo, los lectores que la engrandecen como si de ordenanzas se tratara, he de suplicar las siguientes consideraciones:

Perdonen a la princesa de tal o cual país por repetir un modelo de ropa y pongan el dedo sobre una sociedad en la que gracias, por favor, buenas tardes y hasta luego - de menos - no están siendo palabras de afortunada repetición en su diario andar por la vida. 

Dispensen a algún despistado actor por vestir colores claros en invierno y califiquen a los que no son claros al hablar con quienes deben hacerlo, al exigir sin sentir vergüenza y al enaltecer a otros sin considerarse serviles. 

Ignoren el descaro de una actriz a la que han etiquetado de embustera por utilizar bisutería económica y presten atención al ciudadano deshonesto que prefirió inventarse una enfermedad momentánea que acudir al compromiso formal que tenía con otro. 

Indulten a la chica de la TV por cruzar la pierna, indebidamente, y señalen al común y corriente que cruzó los brazos y encogió los hombros ante el conocimiento, la cultura, el arte, el deporte, los estudios, el trabajo y las múltiples oportunidades que frente a su persona se presentaron. 

Sean pues, justos. Disculpen a los que aprendimos lo mejor de nuestros abuelos y lo queremos preservar, a los que nos salimos del círculo actual y cambiante å la mode y que amamos el tiempo presente pero con añoranza de lo más bello del pasado. 

Muchos apreciaremos que se erradique la moda que no debe estar de moda. 

Y ya que existimos tantos jueces y pocos juzgados,  tantos jefes y pocos indios, comencemos pues, por cada uno de nosotros, repasando nuestro diario actuar y, enseguida,  señalemos, acremente, sin dejar "títere con cabeza".  

Gracias y un abrazo de aquellos que nunca pasan de moda.
Mone





miércoles, 13 de septiembre de 2017

VIVAMOS MÉXICO®


Son 6 años y unos meses los que han pasado desde que dejé mi patria como lugar de residencia. Creo que, muchas veces, para apreciar el jardín hay que observar desde la ventana, de otra forma nuestra visión podría correr el riesgo de ser limitada. 

Hoy es México, precisamente, el lugar que más promuevo -tal vez como no lo hice mientras lo viví-, del que más orgullosa estoy y por el que sacaría, como el más fiel escudero de la Edad Media, la espada combatiente si algo o alguien atentara contra él, a partir de su palabra. 

Lo curioso es que -con pena lo comparto- me parece que el enemigo está en casa, no fuera de ella. 

En Madrid, ciudad que hoy me acoge también como un hogar verdadero, no he podido mas que responder “muchas gracias” a la mayoría de las personas que, al reconocer mi evidente acento, me saben mexicana. Así es: para la inmensa mayoría de los españoles, créanlo, somos generosos, corteses, amigables, cercanos, emprendedores, buenos inversores, creativos, solidarios y muy educados. 

Dicho esto es menester preguntarnos ahora, de forma general (porque existen las benditas excepciones): ¿cuál es la percepción y, sobre todo, la actitud generalizada del mexicano al mexicano? ¿avalamos y admiramos el talento de los nuestros, los de casa? ¿les mostramos afecto, admiración y apoyo? ¿fijamos nuestra atención en ellos, en su calidad humana, no así, en su currículum y/o modus vivendi? 

Si me pidieran que definiera a México, comenzaría por afirmar que tan maravilloso país no es una eventualidad ni un hecho aislado… México es algo permanente pero, igualmente, flexible y , por tanto, perfectible. 

Por fortuna México no es un tequila, un chiste creativo o cinco tipos enfundados en la bandera que ostentan sombreros charros mientras ovacionan a la selección de fútbol (siempre y cuando el marcador sea favorable). México no es, solamente, un grupo de rescate solidario tras un terremoto, ni unos seis o siete científicos, empresarios o atletas -maravillosos- que nos encumbran (tal vez con poca difusión) a nivel mundial.  México no es su clima, ni su excelsa comida ni los vivos colores que le caracterizan. Tampoco es su gobierno ni sus mandatarios. Mucho menos es un mundo de narcos ni de corrupción constante. No. México es cada uno de nosotros, SIEMPRE: vivamos donde vivamos, estudiemos (o no) lo que estudiemos, a partir de nuestra actitud, de nuestra civilidad, de nuestro entusiasmo -no fortuito, sino constante- y, sobre todo, del apoyo y admiración genuinos, trascendentes y profundos que, con nuestra esencia (pensamientos, palabras y actos) mostremos, no solo a los que nacieron fuera, sino, con mayor razón, a los que comparten patria con nosotros. México vive a través de los que nacimos en su terruño y claro, también de los adoptados por amor a él. México VIVE de lo que nosotros hagamos de él: somos sus células, su motor, su estrategia publicitaria, sus embajadores, su sello distintivo. 
Si México tiene firma, nosotros definimos cada trazo de ella.  






Quizá pocos lo saben, pero yo tengo un programa de radio en Madrid. Lo he logrado gracias a grandes empresarios mexicanos que apoyan a los suyos, dentro y fuera del país. En dicho programa he tenido el placer de contar con los más valiosos invitados, originarios de una vastedad de nacionalidades y de quienes, por cierto, he aprendido como nunca imaginé: españoles, peruanos, salvadoreños, franceses, MEXICANOS, cubanos, italianos, rusos, alemanes, etc, etc. Excepcionales en su ámbito, con mucho que aportar y quienes, por su mismo talento, son inigualables. Lo que ratifico de ello (sin que sea gran ciencia, pues lo sabemos de sobra) es que TODOS LO SOMOS. No podría el gran poeta al que conocí, hacer lo que la estupenda cantante peruana hizo ni esta última haber tenido las experiencias y devoción que una novicia de clausura ha vivido. Tampoco veo a esta dulce dama muy ducha en el arte del ilusionismo del otro y a ese otro siendo el gran periodista español de cepa cuya historia le hará justicia. Este microuniverso de maravillosas personas me ha llevado a aseverar que, en la medida en la que enaltezcamos y aprendamos del talento del otro o por lo menos no pretendamos ignorarlo, los más beneficiados seremos nosotros, pues su brillo conjugado con el nuestro, creará una chispa de absoluto resplandor. Eso, mis compatriotas queridos, es, simple y llanamente, lo que necesitamos tatuar en nuestro ADN: somos complementarios y la belleza del otro no opaca la mía: la refuerza. 

Hace poco conocí a una estupenda empresaria mexicana (también con domicilio en Madrid) cuyo negocio es "Vive tu marca" en inglés y uno de sus adagios, “ Tus empleados crean tu marca”. Todo ello me puso a pensar: México es, por su propia naturaleza, una poderosa y muy especial marca. Pero en cada uno de nosotros -sus vástagos- está el hacerla llegar a niveles insospechados de prestigio mundial. ¿Cómo? viviéndola y siendo congruentes con la gran imagen que se tiene de nosotros, a partir de simplezas que harán la diferencia. Voltearnos a ver hacia adentro (no solo hacia afuera), enorgullecernos -cuando amerite- unos de otros y allanar nuestros caminos, hombro a hombro, mano a mano, para llegar a un sitio más alto que en el que ahora estamos. 

Vivamos de hechos, no de imagen:  SEAMOS MEXICANOS, QUERIENDO, ADMIRANDO Y APOYANDO MEXICANOS, además de personas de todo el mundo. 





En este mes patrio en que celebramos nuestras fiestas, para que a cabalidad VIVA MÉXICO, en cada uno de nosotros debe caber, de manera omnipresente, VIVIR MÉXICO como la mejor marca del mundo, con nuestra actitud y apoyo recíproco. Como lo he dicho antes: el bien de MI prójimo es MI PROPIO BIEN.

Abrazos para todos. 

Mone

sábado, 17 de junio de 2017

Me busco. Si me vio, avíseme.


Años ha que me perdí. No supe dónde, mucho menos cómo. Del cuándo ya mejor ni me pregunte. No recuerdo siquiera cómo vestía o qué corte de pelo tenía en ese momento, por lo que poco puedo aportar para mi pronto encuentro. Qué pena, porque en verdad me echo mucho de menos. Me hago falta y quisiera abrazarme de nuevo. 
Aguarde. Hay hechos que no olvido y que podrían, acaso, colaborar con mi pesquisa. Mire usted, yo recuerdo que quienes me querían -o no- lo hacían por quien era yo, palpablemente: por mis aciertos y por mis fallos (de esos que uno bien sabe que tiene), por mi personalidad real, no virtual, por mi forma de ver la vida, no por mi talla y porque quizá hacía reír, de vez en vez, con algún chiste actuado (cómo extraño aquello) con el que a veces tenía éxito y otras tantas, no.  Recuerdo, anote usted,  que no existían los memes, ni las selfies, ni los likes, ni los dislikes, ni los posts por si de algo sirve como referencia. Recuerdo que tenía, aunque pocos (comparados con los que hoy parece tener la gente), muy buenos amigos. Fui rara, lo sé, pues nunca pude decir “mi bestie” o "mejor amigo" porque no les puse rango, pues corría el riesgo de dejar a alguno excluido. Los tenía y ya. Los veía, los escuchaba, me escuchaban, intercambiaba experiencias, los abrazaba y también -la verdad-, les reñía. Era humana, de eso estoy segura. Nadie medía mi éxito o fracaso por la pericia con la que me desenvolvía entre la sociedad virtual, porque, créame, aquella ni existía. Quizá esto no le agrade, pero puede ayudarle en mi búsqueda: recuerdo que no tenía que cuidarme mucho en cuanto a qué decir o hacer, debido a que mis palabras no reflejaban malos pensamientos ni descalificaban a nadie. Vivía en algún sitio en el que queríamos porque sí o rechazábamos por algún acto en firme. Punto. Las personas teníamos, pura y llanamente, un color de piel, una preferencia, una talla determinada, una creencia -o falta de ella- y por tales características hacíamos uso de adjetivos, los normales, los distintivos, los que utilizamos para diferenciar cuando la sal es sal y el pan es pan, el blanco es blanco y el negro, negro. Así, sin más. No tengo registro de lo que políticamente correcto significaba siquiera.
Tengo presente que mi familia era prioridad y que estábamos juntos, sin reparar en ello como la gran virtud. Comíamos  todos y no teníamos mayor opción, que lidiar con nuestros caracteres, afinar nuestras diferencias, celebrar nuestros puntos comunes y salir, como cada día, triunfantes a la hora del postre. Recuerdo que tenía tíos y primos, así como amistades que poco recordaban mi cumpleaños y yo el de ellos, pero nada importaba pues el resto del año estábamos los unos para los otros.
Tome bien nota porque esto le puede acercar a mi encuentro: no tenía conocidos en Irlanda ni en Brasil. Los tenía en mi calle, en mi colegio, en mi entorno. Los veranos resultaban de intensa labor creativa, pues la única facilidad que se me proporcionaba, era la de no tener que acudir a mis estudios y la vitalicia membresía de un club deportivo familiar, carente de excentricidades. A partir de ahí todo corría por mi cuenta y la de mi imaginación, fortalecida en equipo con la de mis secuaces.
Necesito que haga algo para encontrarme pronto, señor. Hoy debo sentirme muy sola ahí, perdida en ese mundo extraño y fascinante a la vez, que atrapa y envuelve, pero paraliza y deforma. Debo estar mutando entre las redes, dilucidando cómo sortear mi empatía con el mundo y cómo entender el rechazo de quienes poco me conocen y me juzgan o el excesivo amor de quienes jamás me han visto pero me dicen “te adoro, amiga” a través de algún medio de ese mundo. Debo estar sofocada transitando entre barrios virtuales a los que han llamado Facebook, Instagram, Whatsapp, YouTube, Twitter, Snapchat, Linkedin, Pinterest y demás, buscando oxígeno, amigos reales, formas que tocar, historias que constatar, perros que acariciar, familia a la cual sentir, secretos que guardar, privacía que respetar, cultura que aprender, libros que gozar, cariño vivo, de ese que se cultiva y cosecha, no el que se desecha en instantes, frágil, pendiendo de un hilo, gracias a un mensaje recibido o la omisión del mismo. 
Con las señas que le he dado, si me vio, avíseme. Me urge estar conmigo. 

Un abrazo, por ahora navegante de esta metrópolis virtual, para mis amigos y familia.

Mone



jueves, 5 de enero de 2017

Perdón mientras duermes


Esta mañana sentí unas vehementes ganas de hablar contigo. Es muy probable que no me puedas escuchar, no lo sé. El estado de coma que te mantiene anclado a esa cama en que te hemos tenido por años debe ser algo que, cuando despiertes, ni tú mismo sabrás describir. 
He venido -acaso para sofocar parte de esta pena que me acoge-  a pedirte el más sentido perdón. Mientras comienzo a intentarlo te observo, inmóvil, conectado a cientos de tubos, cables y aparatos. Apenas creo que sigas con vida. Me alegro, te admiro, me sorprendo de tu fuerza y de tus ganas de vivir. Escucho cómo exhalas y la vergüenza que me acoge crece. No sé cómo traerte de vuelta, de donde quiera que te encuentres, para que seas de nuevo tú: ese del que me siento orgullosa de verdad, aunque he aparentado lo contrario a través de mis acciones, inconsistentes del todo con el verdadero amor que te tengo. Perdóname mi México. Perdóname. 

Hoy me abate, como no imaginas, el haberme quejado una y otra y otra vez de ti, sin entender (o no querer hacerlo por conveniencia) que soy coautora de esas querellas y que tú has sido, pura y llanamente, la fuente, en su momento poderosa y mágica, a la que le hemos extraído todo lo que tenía para dar. 






Si estás enfermo es porque también yo lo he permitido. Tu salud está menguada, lógicamente, por el inmenso daño que tantos te hemos causado. Yo soy una más de tus muchos agresores. Lo acepto con profundo arrepentimiento. Yo contraté a nuestros gobernantes, decidí olvidar errores y dejarme llevar por quimeras, ni siquiera por desconocimiento, sino, peor aún, por flojera. No averigüé a fondo quiénes fueron todos esos que prometieron que te iban a cuidar y a sanar, ni procuré el nacimiento y la verdadera gestación de líderes. No, no hablo de ex-atletas, cantantes o actrices de telenovela. Perdóname si confundí, estúpidamente, los significados. Perdóname por subestimar el verdadero sentido común y por callar, por no querer pasar advertida, sino, simplemente, confundida entre la multitud, siguiendo a la corriente. Lo asumo todo: yo decidí corromper al policía y mentir a mi profesor, a mis padres, a mis hijos. Yo he optado por llegar tarde y crear fama de ello, por no respetar leyes básicas y por confundir astucia con inteligencia. Yo he elegido no ganar, sino solo competir y conformarme con eso. Yo he volcado mi ser en un equipo de fútbol o en un concierto musical, pero nunca en un nuevo científico mexicano que ha descubierto maravillas. Yo he marginado a los talentosos por prestar mis sentidos y mi ovación a una quinceañera de no sé dónde. Yo he gastado horas enteras en las redes sociales, no buscando tu cura, sino quejándome de tu enfermedad y, de paso, viendo quiénes me siguen. Perdóname por ególatra. Perdóname también por mi apatía, por mi desidia para hacer que las cosas sucedan. 

Yo he prometido mil veces sin cumplir y he jurado utilizando el nombre de Dios para luego evadirme. He pedido prestado sin pagar y he amenazado al débil, pero me he doblado ante el fuerte. Perdóname por coger valor solo en multitud pero nunca en individualidad. Discúlpame por esta cegadora soberbia, tan grande, tan abrumadora, que me hace señalar al vecino pero nunca al espejo. Perdóname por no regocijarme por el triunfo de mi compatriota y, peor aún, por no seguir parte de sus pasos con mi propio sello. Perdóname por buscar, en mis apellidos, vestigios de extranjera y por negar mi patria cuando la oportunidad lo ha permitido. 

Perdóname mil veces porque la creatividad que me has dado la he encauzado, de manera limitada, a crear mofas y veloces chascarrillos, pero nada más.
Perdóname porque no he sabido ver al mundo con amplitud de conciencia para imitar lo maravilloso de este y traerlo a ti. Perdóname porque en cambio solo he copiado las fatuas minucias de otros países, esas que deslumbran, pero dañan.  


Perdóname por cuanto he colaborado para construir una innoble fama de ti a lo largo de los años. Eres tanto y tienes tanta hermosura, que me duele el pecho al pensar que la he ensuciado con mi terquedad y mezquina actitud personalista. Digo luz y actúo en sombra, digo arriba y voy abajo. No he sido congruente. 

Hoy te veo, dormido, paralizado en esa cama, sin poder hablar ni parpadear para, por lo menos, defenderte. Estás en manos de quienes se jactan de ser médicos de tu mal y que no hacen otra cosa más que agravarte. Pero yo no te he defendido. Soy uno más. Formo parte de ellos con mi pasividad y condescendencia e, incluso, con mi escaso, quizá nulo bien hablar de ti por donde quiera que voy.

Me siento a los pies de tu lecho y veo tus maravillas naturales, tus pueblos mágicos, tus preciosas playas, tu folclor, tus tradiciones, tu esperanzadora sonrisa. Recuerdo tus vívidos colores, tu música, tu genuina alegría, huelo tus aromas y evoco el calor que das al que llega y el amor que dejas al que se despide de ti. Apenas creo que esa palidez que asoma tu territorio mientras estás inconsciente sea el actual tono de tu piel. 

Anhelo que tu salud regrese, quiero recuperarte y voy a poner mi humanidad para que eso suceda. Comenzaré por mí, diciendo poco y actuando mucho, enalteciendo tu nombre a mi paso y siendo una partícula sana de tu ser. Quiero hallar tu eterna cura y quiero juntarme con quienes deseen lo mismo para lograrlo juntos. 





Perdóname México. Hoy estoy lejos de ti, pero te honraré con mi actitud, seré quien mereces que sea y haré, en mi pequeño campo de acción, que el mundo que me conozca tenga una imagen tuya a partir de la que yo proyecte. Ojalá que también a partir de la de mi hermano y de mi amigo y de ese otro mexicano que hoy me lee y que sabe que todos somos uno. Que juntos podemos erradicar esas células enfermas, dejando de ser parte de ellas.

Te amo y te extraño, México lindo, pero has de volver en ti. Solo necesitas verdadera unidad en tus partículas. 

¿ Quién se apunta a levantar a México del coma ?


Mone