viernes, 29 de julio de 2016

La Costeña: mi opinión.

A mi edad sigue siendo un enigma el extraño comportamiento de mi especie. Ese raro placer que muchos encuentran en la práctica del escarnio. En días pasados recibí más de siete mensajes distintos de personas allegadas (algunas de ellas, por cierto, muy queridas) preguntando con curiosidad (en varios casos tal vez justificada) o simplemente “compartiendo” conmigo una nota del todo insulsa, absurda, barata, roba-tiempo y mata-neuronas en relación a La Costeña. Se trata de un material que ni siquiera he visto o leído de no ser por su encabezado y que, penosamente, se convierte en noticia a difundir para los pobres de mente, los hambrientos de carroña y los indigentes espirituales que no se conectan con la grandeza que a toda hora ocurre. Supuestas noticias (sigo sin entender qué informan) que no solamente no agregan valor, sino que además merman la capacidad de discernimiento y conexión con lo extraordinario de la vida.
Como varios saben, una de las etapas laborales más felices, provechosas y de crecimiento personal y profesional en mi vida la experimenté trabajando, precisamente, en La Costeña:  una increíble empresa, sólida, vanguardista, ética, profesional y fuera de serie que, con todo el orgullo que cabe en mi corazón, me honra decir “es 100% mexicana”. 

Casi cinco años de indescriptibles vivencias en ese emporio de conservas y otros alimentos me dieron la plataforma para formarme, para complementar mucho de lo que hoy soy y para atestiguar que en México sí hay empresarios que cohabitan con el primer mundo, con la más alta calidad y que brindan a sus consumidores lo que estos merecen. Sí, probablemente parece un anuncio lo que hoy escribo y espero entonces que así sea, pues tras once años de haber cambiado de rumbo y dejado atrás tan gratificante experiencia, sigo con el alma tatuada de ella, no solo por lo que me dio, sino por lo que hace con millares de familias que hoy comen, viven y se abrigan de su ser y cientos de miles de personas que se benefician, directa o indirectamente, de su sola existencia, que por cierto está cerca de cumplir un siglo. 






Si alguien regala (aniquila) parte de su tiempo a esas notas absurdas, mensajes hechos por barbarie, por lo más bajo de una sociedad, aquella a la que le duele el bien del otro, entonces exhorto a que parte de ese tiempo también sea utilizado, por ejemplo, en saber a cuántos países exporta La Costeña, qué empresas ha adquirido alrededor del mundo, qué tecnología de punta utiliza y qué estándares de calidad (inimaginables) maneja. Así, entonces, con cultura, sabremos no dar cabida a estos contenidos ordinarios, masivos y de pacotilla, que con muy poco logran la atención de los ciegos de conciencia, de los que digieren lo primero que aparece en su plato sin meterse a la cocina, sin sed de ser, mínimamente, mejores que ayer. 

Pues bien, he aquí mi nota (solicitada por nadie, quizá leída por pocos, no lo sé) que no busca otra cosa que instar a los mexicanos a tomar, finalmente, el control remoto de sus vidas y elegir lo mejor, sintonizar con lo que hace crecer y no con todo aquello que se va directo a la barranca de la mediocridad y del formar parte de las masas. Hablamos de un México mejor ¿cierto?, pues comencemos por castigar lo absurdo omitiéndolo de nuestra atención y concentrémonos en lo que hace que un país como el nuestro pueda brillar: empresarios de primer nivel, productos de primer nivel, maravillosos deportistas, intelectuales que trascienden, artistas de genuino talento y gente que deja profunda huella y engrandece a nuestra patria. ¿ Por qué insistimos en opacar el brillo ? ¿acaso porque no podemos aceptar el triunfo ajeno? ¡tonterías!  El triunfo de mi compatriota es MI triunfo. ¿No ha quedado claro?

Un abrazo.

Mone